Hace mucho, mucho tiempo, en una antigua comarca, la lluvia dejó de caer durante varios meses. El agobiante calor era tan fuerte que las flores se marchitaban, la hierba estaba seca y amarillenta y hasta los árboles más altos y grandes se inclinaban hacia el suelo. Los animales se morían de sed. La gente padecía esta grave situación y temía lo peor.
En esa comarca vivía una niñita cuya madre enfermó gravemente.
-Oh!-dijo la niña-, estoy segura de que mi madre se curaría si pudiera traerle un poca de agua. Tengo que encontrarla aunque me cueste mucho.
De modo que tomó un pequeño cucharón y salió en busca del preciado líquido.
Andando, andando, atravesó el valle de la comarca que ahora se encontraba desértico y encontró un diminuto manantial en la lejana ladera de la montaña. Estaba casi seco. El agua fluía muy lentamente de una grieta en la roca. La niña sostuvo el cucharón con mucho cuidado para no volcar ni siquiera una sola gota. Después de mucho tiempo, terminó de llenarlo y emprendió el regreso a su casa.
Por el camino se cruzó con un perro que apenas podía sostenerse en pie. El animal jadeaba y tenía la lengua afuera.
-¡Pobre perrito!-dijo la niña-, ¡qué sediento estás! No puedo irme sin ofrecerte unas gotas de agua. Aunque te dé un poco, todavía quedará mucho para mi madre.
Así que la niña derramó un poco de agua en la palma de su mano y se la ofreció. El pobre animalito la lamió con avidez y se sintió mucho mejor y se puso a ladrar y a saltar como si le diera las gracias.
La niña no se dio cuenta, pero el cucharón de lata ahora era de plata y estaba tan lleno como antes. Siguió su camino y cuando llegó a su casa había comenzado a oscurecer.
Abrió la puerta y se dirigió rápidamente a la habitación de su madre. Al entrar, la vecina que había cuidado a la enferma todo el día se le acercó tan cansada y sedienta que apenas podía hablar.
-Dale un poca de agua -dijo su madre-. Ha trabajado mucho todo el día y la necesita más que yo.
La niña acercó el cucharón a los labios de la vecina y ésta bebió un poco. En seguida se sintió mejor y más fuerte, se aproximó a la enferma, y la ayudó a incorporarse.
La niña no se dio cuenta de que el cucharón ahora era de oro y que estaba tan lleno como al principio. Lo llevó a los labios de su madre y ésta bebió y bebió.¡Se sentía tan bien! Cuando terminó, aún quedaba un poco de agua en el fondo.
Finalmente la niña iba a beber cuando alguien llamó a la puerta. La vecina fue a abrir y encontró un forastero pálido y cubierto de polvo por el largo viaje.
-Estoy sediento -dijo-. ¿Podrías darme un poca de agua?
-Claro que sí,- contestó la pequeña-, estoy segura de que usted la necesita mucho más que yo. Bébasela toda si usted quiere.
El forastero sonrió y tomó el cucharón. Al hacerlo, éste se convirtió en un cucharón de diamantes. Luego el extraño lo dio vuelta y el agua se derramó por el suelo.
Y allí donde cayó, brotó una fuente. El agua fresca fluía a borbotones en cantidad suficiente como para que la gente y los animales de toda la comarca bebieran tanto como quisieran. Distraídos por la alegría, se olvidaron del forastero y, cuando quisieron acordarse, éste había desaparecido. Algunos creyeron verlo desvanecerse en el cielo y, en efecto, allá en lo alto del firmamento destellaba algo parecido a un cucharón de diamantes.
Y allí sigue brillando todavía para recordar la bella historia de una niña amable y generosa. Es la constelación que conocemos por con el nombre de la Osa Mayor.
(Colaboración de *Tavooo*)
1 comentarios:
Muy buena la historia... yo habia leido algo diferente en cuanto a la osa mayor y la osa menor... algo de la mitologia griega... pero igual esta muy bueno tener diferentes versiones, esta por lo menos esta buena
Publicar un comentario